Premonición
Salió temprano en el auto, dejó atrás los edificios, el ruido y el ritmo agitado de la ciudad. Detrás de las gafas negras el semblante despreocupado, una sonrisa leve, el pelo alborotado por el viento, un día soleado.
Cruzó el puente, tomó uno de los accesos a la carretera sesenta y siete. Al final del túnel avistó las montañas nevadas en la cima, el agua del dique resplandecía, veleros navegaban.
Se conocieron en un avión, cuando hizo un viaje de negocios. No sabía si fue casualidad o todo está escrito desde siempre, suponía que debía ser así, no podría haber sido de otro modo, o los acontecimientos ocurrían sin más. Si de todos los asientos libres le hubiera tocado el de atrás o el de adelante, las cosas serían diferentes, y no habría tenido la felicidad de conocerla, eso nunca cambiaría. Desde ese viaje siempre frecuentaron una casa en las montañas, en las afueras de la ciudad.
El camino era estrecho, del lado derecho la montaña, del izquierdo una banquina y metros abajo el tramo donde pasó. Dobló la curva, la figura fue imposible de esquivar, sucedió demasiado rápido.
Despertó por el ruido de sirenas acercándose, no sabía cuánto tiempo pasó, no podía moverse, le corría sangre por la cara. Llegó la policía y una ambulancia, pusieron conos naranjas, cintas amarillas; escuchó personas hablando, autos pasando, vidrios partiéndose, el metal de la puerta abollada que retorcían para poder sacarlo. La delantera del vehículo quedó destrozada, la vaca profería un gorgoteo agónico. Reporteros fotografiaban el accidente. Resultó increíble que siguiera vivo. De sus labios hinchados profirió un quejido ahogado, burbujeante. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fueron zapatos sobre el asfalto y las siluetas difuminadas que lo subían a una camilla.
Afuera del hospital todo seguía su curso, las personas ocupadas en su mundo. Aquel mundo cambió para él, hubiera querido que alguien estuviera ahí.
Despertó sobresaltado, recordó el sueño en el que manejaba y un obstáculo inevitable en el camino...