Aparición (fragmento)
El auto negro avanzó lento, nadie transitaba la calle, según la numeración de las casas faltaban tres cuadras para llegar. No conocían la ciudad, ellos mismos tenían una idea vaga de dónde venían. Estacionaron el auto, bajaron dos hombres de traje y pulcros. Uno subió los escalones de la verja, tocó el timbre, regresó a la vereda. Era un día soleado, sin viento.
La mujer espió por la mirilla, abrió la puerta.
—Buenos días.
—Buenos días, soy Iván, él es mi hermano Lucio, ¿se encuentra Laura? —dijo, su voz era grave.
La madre de Laura se acercó e indagó. Le explicaron que eran sobrinos de una señora mayor que tuvo un accidente, necesitaba ser atendida.
Laura estudiaba el último año de enfermería, hacía trabajos de manera independiente. La mujer dijo que esperaran e ingresó en la casa.
Laura era joven; su rostro redondo y suave, de ojos grandes y marrones, descansaba sobre un cuello fino, el cabello castaño le caía hasta los hombros.
Se presentaron estrechando la mano, ella las sintió frías. Después de explicar por qué estaban ahí le ofrecieron una remuneración buena, querían que hiciera el mejor trabajo posible. Nunca tuvo una oferta así. Acordaron la hora y el día. Se despidieron, los vio subir al auto, le daban una sensación distante, como si no estuvieran ahí.
Bebió el último sorbo de café, masticó una tostada con mermelada, el timbre sonó, tomó un bolso negro donde guardaba los materiales, despidió a su madre.
Iván le abrió la puerta del auto, volvió a sentarse en el asiento del acompañante. Llovía, el sonido del parabrisas y las gotas al impactar invitaban a un sueño extraño.
—¿Es lejos? —preguntó Laura.
—Es cerca —dijo Iván.
Nunca recordó el nombre del barrio, fue un viaje de quince o veinte minutos.
La fachada de la casa era un muro de bloques rectangulares, opacado por la humedad y una ventana enrejada. Iván bajó del auto con Laura, fueron hasta la puerta negra de madera, tenía una aldaba y mirilla. Iván cerró la puerta y la condujo hasta el cuarto. Había muebles antiguos, adornos, estatuillas, cuadros en las paredes, en varias partes las alfombras cubrían el piso embaldosado.
Al llegar al dormitorio encontró acostada en la cama a una anciana en camisón, el pelo blanco y la cara arrugada. Laura se presentó, le dijo su nombre y que sería su enfermera, pero la mujer no respondió.
Se levantó despacio el camisón, mostró unas piernas pálidas, esqueléticas, llenas de excoriaciones. Laura sacó gasas y frascos sobre la mesa pequeña. Aplicó las soluciones, la anciana se quejó por lo bajo. Terminó, guardó los utensilios, descartó lo que debía.
—Hasta luego —dijo, no obtuvo respuesta, estaba dormida...