Consecuencias del pasado
—Es cierto —notó cruzando el puente bajo la noche estrellada.
Planeó lo que debía suceder, su trabajo perfeccionó ese método, las consecuencias estaban pensadas. Esperó durante mucho tiempo con la certeza de que era lo mejor por hacer.
Las ramas sobre el asfalto crujían bajo los zapatos, las sombras alargadas de los árboles se extendían como espectros queriendo atraparlo.
Dedicó un mes a seguirlo. Conocía lugares que frecuentaba y cuál sería su próximo objetivo. Experto en eso, aunque a veces lo planeado no resultó. Ese recuerdo parecía humo, si pudiera, agradecería a quien lo dejó escapar de aquel galpón condenado, bajo las miradas, luces y armas que le apuntaron mientras huía.
El humo brotó por las bocas de tormenta. Se detuvo, sintió una sensación mínima, alertado por un sentido extra que el trabajo le permitió desarrollar, un instinto que conocían hombres como él. Bajo la luz del farol miró hacia atrás, la calle estaba vacía, oyó el ruido de cables en cortocircuito y las hojas secas arrastrándose por el viento. Al subir a la vereda pisó un charco, en la próxima cuadra el destino.
Imaginó un futuro soñado, tenía todo lo que quería en ese momento de su vida y las posibilidades de abandonar su trabajo eran buenas. Sabía el lugar a donde ir para nunca ser perseguido por el pasado.
En la puerta del bar una fila de personas esperaba a sacar entradas, esto le permitía vigilar sus pasos de cerca, como un objeto preciado que no podía perder de vista. Todos estaban expectantes, la banda de jazz que tocaría esa noche era la mejor en muchas ciudades.
Se apresuró a entrar tras de él, bajó las escaleras, fue a la barra adornada con fotos de artistas bajo un vidrio, a unos metros, reía con uno de los camareros. Pidió cerveza y se sentó en una mesa para dos, a una distancia prudente para no parecer sospechoso.
La banda tocaba a un público sorprendido, luces alternaban de colores e intensidad acompañando el ritmo. Pidió otro vaso de cerveza.
Ella entró al bar, empezó a buscarlo, bajando la escalera a través de la penumbra colorida.
Se besaron y fueron a sentarse a una mesa apartada de la concurrencia. Esperaron tanto que el entusiasmo no podía ocultarse; lo advirtió en sus ademanes, la forma de tomarse las manos o tocarse la cara, parecían primeros encuentros en los que se descubrían.
Quería salirse de ese juego y empezar una vida nueva. Esa noche creyó convertirse, planificando un futuro incierto. Imaginaban diversas posibilidades, atrapados por la fantasía.
Prefirió no conjeturar lo que hablaron, se limitó a verlo acariciar el rostro de la mujer que muchos querrían.
En ese instante percató al hombre de lentes negros que parecía mirarlo, le resultó familiar, como si lo reconociera de un trabajo antiguo, opacado por humo y alcohol. Trató de recordar. El futuro sería prohibido por su compasión del pasado, un error que imaginó enterrado.
De repente estuvo lejos, en una noche fría, sin luna. El galpón oscuro y húmedo. La lámpara alumbró el maletín sobre la mesa, pero faltó algo. Los disparos mostraron figuras confusas, algunas caían, las chapas temblaron, un balazo en el hombro, los proyectiles arrasando y la fuga por la puerta de atrás.
Subieron al auto, el motor rompió el silencio, encendieron las luces, vieron escaparse a alguien, corría desesperado, como queriendo atrapar la carretera abandonada. Observaron hasta que el fugitivo desapareció en la distancia, entre los pastizales. No quiso buscarlo, dejaron su suerte a la noche.
Quizá en ese entonces la conocía y se había ablandado, de otro modo nunca hubiera tenido compasión.
—El jefe es un hombre difícil —le dijo a su compañero—, que no se entere.
Volvía desde otra parte, la miró y no hizo más que eso, olvidando el recuerdo miserable que le impedía disfrutar del momento.
Tomó lo que quedaba del vaso de cerveza. A un hombre como a él no podía darle tiempo de reaccionar, le pareció que ya lo había advertido. La banda estaba en su mejor parte, nadie lo notaría.
Se levantó de la silla, fue invadido por un presentimiento desconocido, como si una presencia desde la oscuridad le susurrara que no lo hiciera. Pasó junto a ellos y se perdió entre la gente. Salió afuera, sacó la etiqueta de cigarrillos y encendió uno, marchándose del bar que se hundía a sus espaldas, sin comprender qué le impidió terminar el trabajo. Desaparecería de la ciudad para siempre.
La música seguía, algunas parejas bailaban al ritmo lento, otros bebían en las mesas, quedaban pocas personas, cerrarían pronto.
El camarero limpió la barra, sabía quién era él y reconoció al hombre que lo vigilaba, consideró que le ocurrió lo mejor, después de mucho tiempo parecía otro, sin la mirada que siempre ocultaba algo.
«El pasado no existe, el futuro puede esperar», pensó.