Determinación
—Eso es todo.
—¿Por qué no intentarlo?
—Ya lo hemos intentado.
—Puede ser diferente.
—También pudo ser diferente aquella vez.
Sus ojos estaban brillosos, ella no quería que estuvieran así, deseaba superar todo y aceptar la despedida que removía recuerdos.
—¿Cuándo nos pasó esto?
—Pensamos sólo en nosotros mismos.
—¿Y si estás equivocado?
—Quizá, pero no quiero continuar.
Ella entendía, asumía que la relación no iba bien. Lo quería, después de todo compartieron mucho.
La situación, lo llevó a prestar atención a una mujer que conocía hacía un tiempo.
Terminaron el café, pagó y se fueron.
El sol brillaba, parados en la puerta del bar, la gente pasaba sin notarlos. Acarició el pelo lacio para ver los ojos que una vez le dieron mucho, y elegir quedarse con lo mejor.
—Adiós —dijo él.
Era una mañana cálida de verano; los empleados, jefes, directivos, caminaban por la avenida de la ciudad, sumergidos en el ritmo incesante de la vida. Los rayos del sol caían sobre los edificios, las sombras se extendían.
Se sentía como pocas veces. Creyó haber hecho lo correcto. Tuvo que decidir, aunque costara desapegarse, sentirse un poco culpable, supuso que cuando llegara a su casa se tiraría en la cama, lloraría por estar separados.
Descubrió que nunca estuvo enamorado. Pensó en cómo podían cambiar las cosas y vivir sintiendo lo mejor.
El edificio vidriado aumentaba de tamaño al acercarse.
Abrió la puerta de vidrio, todos estaban atareados, los teléfonos sonaban. Se alejó del bullicio al entrar en su oficina. Dejó el maletín en la mesa, abrió las ventanas al aire fresco, comenzó con los registros incompletos, deteniéndose por momentos a pensar en la mujer que quería, llegó a su vida de rituales cotidianos. Nada sería tan malo estando juntos.
A la hora del almuerzo se encontraron en la cafetería.
Atender a los clientes fue agotador, era tarde, todo le pesaba a esa hora. Salió de la oficina, ya no había nadie en ese piso, tomó el ascensor y la esperó afuera.
La ciudad se encontraba iluminada, luces de neón, los faroles del puente, adornos en los árboles, muérdagos en las puertas; Navidad.
Bajaron del auto, entraron en la casa. Conversaron del día, bebiendo vino.
—Mañana tengo preparado algo —dijo él despidiéndose en la vereda.
Ella le recordó cuánto lo quería.
Llegó a su casa, estacionó el auto en la entrada, saludó a los vecinos que ataviaban el hogar con objetos navideños.
Dejó el abrigo en el perchero, el maletín en el sillón. Preparó la cena mientras escuchó música que pasaban por radio.
Luego de cenar, fumó viendo una película, un policial, personajes duros en los suburbios, autos chocaban, alguna habitación explotaba.
Apagó el televisor, las luces de la cocina y living; subió las escaleras, llegó al cuarto, se desvistió en la opacidad.
Miró la pared donde se proyectaban las luces de los autos que pasaban, oyó un pájaro que anidaba el árbol, el sueño lo dominó.
A las dos de la madruga, le pareció oír un crujir leve, esperó con ojos entreabiertos, no escuchó nada más, volvió a dormirse.
Guantes de cuero forzaron el picaporte de la puerta, el barrio dormía, las estrellas brillaban, el aliento blanco delataba frío y silencio.
Una figura oscura conducía sus pies cautelosa por el suelo de parqué, algo indescriptible brilló en el guante. La luz del farol entró por la ventana, la sombra se reflejó alargada en los objetos y cuadros del living. Conocer la casa era una ventaja, podía manejarse en la oscuridad. Pisó el primer escalón de la escalera alfombrada, comenzó a subir.
Ingresó en la habitación. La respiración y los latidos del corazón aumentaron, la decisión era irreversible.
Junto a la cama lo observó dormir, una última imagen que guardó de su rostro. No pudo terminar con él, dejó el estuche metálico sobre la mesa de luz, un recuerdo final.
Entre abrió los ojos sintiendo aquella presencia, no vio a nadie, apoyó su cabeza en la almohada, se dio cuenta del estuche que brillaba, le perturbó deducir que alguien hubiera estado ahí, lo abrió. La luz de luna mostró un mechón lacio y castaño. La duda y el recuerdo del día crecieron.